“Casi se sale de la fosa”, soltó un comentarista mexicano, de esos que tienen las hipérboles a flor de labios pero, no era para menos, Yulimar Rojas acababa de dejar atrás el record del mundo impuesto en los Juegos de Atlanta y marcaba la era suya con un 15,67. 17 centímetros más que la marca vigente hasta este 1 de agosto impuesta por la ucraniana Inessa Kravets.
La venezolana, que en su vestimenta le hace guiños a las
prendas de la mujer maravilla, voló en su último intento sobre el arenal de la
pista del estadio nacional de Tokio, se llevó las manos y la cabeza, antes de
dar rienda suelta a la eufórica celebración, tras comprobar que la bandera
blanca aprobaba su registro de 15,67.
Yulimar ya estaba en posesión del record olímpico. Lo estampó
en su primer salto de la final al imponer un 15,41. Luego vino una confusión,
después el fould, dos intentos más y finalmente el imponente galope de la
perfecta técnica ajustada por su entrenador Iván Pedrozo que repite hasta el
cansancio antes de llegar a la plataforma de lanzamiento.
Izquierda, Izquierda, luego derecha y despegue para alcanzar
la altura suficiente que le permitió surcar el espacio existente entre el
intento y la gloria. Así lo describen los manuales, así lo hizo, para luego
darle curso a los abrazos, la bandera en los hombros y finalmente la convicción
de que su nombre estará asociado al trabajo, a la constancia y el compromiso
con su país.
Venezuela celebra por todo lo alto su tercera medalla dorada
en la historia de su participación olímpica, la primera obtenida por una mujer
y la segunda de Yulimar Rojas. Esta muchacha de 1,92 metros de estatura y cuya
mayor motivación ha sido convertirse en una inspiración para la juventud de su venezolana,
tiene un puesto asegurado en la historia del atletismo mundial.
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